Los Enemigos inauguran el ciclo de conciertos Warm Up!

… dos años después …

 

No son Los Enemigos un grupo de prodigarse poco por tierras murcianas, pero eso no impidió que volvieran dos años después a la sala REM con todas las entradas agotadas. Precedidos por un notable Fernando & The Inner Demons, que presentaba el genial Cheap Chinese Guitar, la banda salió a la palestra con aire festivo y fraternal, dando la bienvenida al público con Brindis y dando a entender que aquello iba a ser una ametralladora de éxitos y clásicos. No tardaron en caer otros, como el mítico Septiembre, en versión algo ralentizada, o Me sobra carnaval, de las más celebradas entre el público, bastante comedido por lo general a lo largo de una noche en la que la banda madrileña demostró que la intensidad y el nervio no están reñidos con la elegancia.

 

 

No pocas coplillas, que diría Josele Santiago, habían sonado ya cuando Fino Oyonarte se dirigió a los asistentes por primera vez, prueba de que Los Enemigos iban rodados y que no había tiempo para más que satisfacer a un público que había llenado la sala teniendo muy claro lo que quería escuchar. Siguiendo la premisa, despacharon también la sentida Desde el jergón, John Wayne, que sonó como un tiro, la animada Todo a cien o la sempiterna versión de Serrat, Señora. Entre tanto clásico asomaron también algunos temas de su trabajo más reciente, Vida inteligente, como la canción homónima o Cementerio de elefantes, un rock and roll vacilón y divertido que serviría para definir, no sin cierta sorna, al veterano público de sus conciertos. O a ellos mismos, claro está. Pero también hubo tiempo para un repertorio más pausado, ese que explotaron en el directo Obras escondidas. Aunque excluida del disco, es el caso de La otra orilla, un canto onírico a la vida del adicto en el que tan bien conjugan la voz áspera de Josele y la dulzura pop; o An-tonio, donde el vocalista dio muestra de su versatilidad, completando así un repertorio bastante considerado con todas las etapas de su dilatada carrera. A más de uno le faltarían otros temas, como el clásico Na de na, u otros no tan recurrentes en sus directos como Zumo de kiwi o La carta que no…, que habrían hecho las delicias de aquí un servidor, que se fue a casa con el leve disgusto que permite el milagro frustrado. Con todo, Los Enemigos supieron exprimir con gracia y mano izquierda el potencial de sus temas, y apuntalaron un setlist sólido, equilibrado aunque también rabioso.

 

 

Sin duda, a ello contribuyó uno de sus grandes temas, La cuenta atrás, que por otra parte sonó a campana funesta, a toque de queda, como si el grupo quisiera alertarnos de que el concierto encaraba ya la recta final. Aun así, con él consiguieron caldear definitivamente los ánimos de los asistentes, desgañitados en ese épico “¡Maldita la hora!” que tan bien encarna la desesperación del kamikaze que ¿decide? iniciarse en la vida adulta. La canción colmó la sala de un aura catártica, con un público sometido a la voluntad de la banda, enrabietado y pletórico, consciente quizás de la puntería generacional de la letra, o tal vez dominado ya completamente por el efecto del vaso vacío. Tras los bises necesarios, la banda levantó el pie del acelerador y dio por finiquitado el concierto con Quillo, otro de sus temas más clásicos con el que Josele y los suyos se despidieron tras dos horas. Para entonces casi todos parecían más bien satisfechos. Aquellos que pedían a gritos sus últimos himnos enemigos, agarrados con fuerza vegetal en su fuero más íntimo, se habían reducido a un grupo de compadres que aún seguían pidiendo insistentemente Florinda, y a un despistado que, como un loco en el desierto, o puede que como un bufón incomprendido, exigía Marihuana de los Porretas. Habas contás, que diría mi abuela. De allí todo el mundo se fue, elefante enterrado o no, con una sonrisilla rejuvenecida. Y todos tan contentos. Larga vida a Los Enemigos.

 

Por: Juan Navarro Andúgar

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